HOMOSEXUALIDAD: ¿Cómo debemos los creyentes enfrentar este tema?


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Homosexualidad.

Ya sé, es un tema agenda que lo vemos en prácticamente todo lugar, anuncios, canciones, series, películas (incluso infantiles), es el tema del momento, por eso, es bueno que sepamos bien cuál debería ser nuestra postura como creyentes y qué piensa Dios al respeto.

Bíblicamente, es pecado. Tanto en el Antiguo Pacto (Gn. 19:1-29, Lv. 18:22, 20:13, Dt. 23:17, Ju. 19:16-24, 1Re. 14:24, 15:11-12, 22:43-46, 2Re. 23:3-7)  como en el Nuevo Pacto (Ro. 1:26-27, 1Co. 6:9, 1Ti. 1:9-10, Jd. 7, Ef. 5:5, Heb. 13:4, Ap. 21:8, 22:15), Dios es súper claro con este punto.

Dios es radical con el tema porque es un tema que radicalmente te aleja de tu identidad original. Fuimos creados con una sexualidad y género muy definido, pero a causa del pecado nuestra sana y plena sexualidad, es contaminada.

Nacemos con esa raíz de iniquidad y por decisiones propias o de terceros, nos inclinamos a manifestar el pecado de múltiples formas. Así que no creo que alguien nazca homosexual, pero sí creo que todos nacemos pecadores y de una u otra forma, esta condición se manifiesta. Por lo tanto, pese a lo que muchos piensan, la homosexualidad no es un pecado especial, ni mayor o peor que otros, es pecado tanto cómo la idolatría, la mentira, el hurto, el chisme, la murmuración o la blasfemia. Tiene su raíz en el pecado en sí, así que tiene la misma consecuencia general que los demás pecados; la muerte espiritual y nuestra separación del Eterno.

Cuando Dios prohibió la actividad homosexual y otras inmoralidades sexuales, no fue porque fuera ignorante, ingenuo, misógino o egoísta. La ley fue dada como recordatorio de cuál era nuestra verdadera identidad (1Co. 6:13-18). Lo que era inmoral según las normas de Dios en ese entonces, no se ha vuelto moral hoy solamente porque la mayoría lo tolera y acepta.

Como creyentes, debemos recordar que aunque la homosexualidad no sea nuestra batalla, sí lo es para muchos. El ser empático y respetuoso en cuanto a lo difícil que es el dejar lo que nos separa de Dios, puede hacer un gran cambio en la batalla por la normalización de las debilidades de los demás y nuestro compromiso por seguir siendo iglesia, a pesar de lo confrontativo que puede llegar a ser el pecado de otro.

No, no normalizamos el pecado, lo que debemos normalizar es el AMOR y la GRACIA de Yeshúa. Que aún siendo pecadores (1Co. 6:11), Él murió por nosotros (Ro. 5:8).


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