PARASHÁ TERUMÁ | DONACIÓN
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PARASHÁ TERUMÁ | DONACIÓN

El Camino a Dios

Mientras Moisés se encontraba en el monte, recibió la segunda revelación principal para la vida del pueblo de Israel. Después de tomar posesión de la tierra, Dios le reveló Su plan para acercarse al hombre. Esto es, a través de Su revelación en el tabernáculo. Este serviría como un medio para enseñarles cómo adorar y cómo acercarse a Adonai en la forma adecuada (25–40).
Los capítulos anteriores nos mostraron la separación existente entre Dios y los hombres. En un principio solamente Moisés podía acercarse a la presencia de Dios. Pero ahora, Dios le revelaba Su plan, no sólo para acercarse al hombre, sino para habitar en medio de Su pueblo.

“HABITARÉ EN MEDIO DE ELLOS”

El plan es una iniciativa divina; es una provisión de Dios hacia la humanidad, Dios desea morar en medio de los Suyos. La presentación del plan parte desde la presencia misma de Dios y continúa proyectándose desde Él hacia el hombre. No se trata de un intento humano de acercarse a Dios, sino todo lo contrario. Sin embargo, a pesar de que Dios ha provisto un medio para acercarse a Él, sólo podremos hacerlo conforme a las condiciones que Él ha fijado.

 

¡PENSEMOS!

El plan presentado para la adoración es muy diferente al concepto que tienen las religiones alrededor del mundo. Toda religión sostiene el concepto de que es el hombre quien busca a Dios. Nos dicen lo que nos es necesario hacer si queremos alcanzar a Dios. ¿Qué diferencia existe entre estas religiones y lo que Moisés presenta en Exodo? ¿Qué es lo que el evangelio nos indica?

 

LA REVELACIÓN DEL PLAN (Ex. 25:1–9)

¿Conoce usted a algún arquitecto? A un arquitecto le es imposible trabajar sin sus planos para la construcción de casas, edificios, o cualquier otro proyecto. Cuando alguien intenta construir su casa, primero piensa en cómo la quiere. Piensa en los planos de la casa. Es posible que siga algún modelo ya conocido, o puede preferir un nuevo modelo; lo importante es que cuente con los planos para poder comenzar la obra.
En el caso del tabernáculo, Dios era el “arquitecto único”. Dio a Su pueblo las instrucciones de cómo construirlo conforme a Su diseño. Éxodo aporta abundantes detalles acerca del diseño. Estos detalles nos enseñan mucho en cuanto a la verdadera adoración a Dios.

“CONFORME A TODO LO QUE YO TE MUESTRE … ASI LO HAREIS”

¿Cómo se podría llevar a cabo el plan? El pueblo debería traer ofrendas de aquello que los egipcios les habían dado. Cada quien ofrendaba de acuerdo a su voluntad. Todo lo que se ofrendó pertenecía a Dios porque Él lo había provisto. Sin embargo, ellos se desprendieron de estas posesiones para que así hubiera un lugar en donde Dios habitara en medio de ellos. Además de los materiales que Dios les había provisto, Él les daría el patrón que deberían seguir (Ex. 25:1–9). Este proyecto no sería producto del ingenio del hombre; sería la revelación de Dios para la humanidad.

EL MOBILIARIO DEL TABERNACULO (Ex. 25:10–40)

Los planos para el tabernáculo comienzan con una descripción de su mobiliario. En primer lugar se presentan tres utensilios principales. En ellos se encuentran descritas las principales funciones del tabernáculo en sí.

El Arca del Testimonio (Ex. 25:10–22)

El arca del pacto, o del testimonio, era una caja que guardaba algunos objetos importantes en la historia del pueblo. Su contenido debería servir como recordatorio a Israel de la fidelidad de Dios hacia ellos y de la clase de vida que deseaba de Su pueblo.
La tapa del arca era el propiciatorio donde Dios mismo moraba. Este era el punto central del programa de Dios para acercarse al hombre y traer a la humanidad una comunión continua con Él.

EL ARCA GUARDABA LOS RECUERDOS
DE LA FIDELIDAD DE DIOS

EL PROPICIATORIO ERA EL CENTRO DE
COMUNION ENTRE DIOS Y SU PUEBLO

 

La Mesa para el Pan de la Proposición (Ex. 25:23–30)

La mesa serviría para el pan que permanecía delante de la presencia de Adonai. El nombre de este pan podría traducirse como “el pan de la presencia”. Todo parece indicar que estaba diseñado para recordarles que vivirían continuamente en la presencia de Dios. La mesa daba testimonio de que Dios proveería todas sus necesidades diarias mientras vivieran en Su presencia.

EL PUEBLO VIVE EN LA PRESENCIA DE DIOS

EL PROVEE TODAS SUS NECESIDADES

 

El candelero (Éxodo 25:31–40)

La única luz que había en el tabernáculo mismo venía del candelabro que se describe en estos versículos. El candelabro consistía en una caña central con tres brazos que se extendían hacia afuera y hacia arriba en cada lado, dando así lugar para siete lámparas en total. La caña y los brazos estaban decorados con copas en forma de flor de almendro. Cuatro de esas flores estaban en la caña central, y tres en cada brazo.
Las siete lámparas puestas encima de la caña y los seis brazos eran vasijas para aceite con mechas salientes que daban luz mientras ardían. Todos los instrumentos destinados a ser usados con las lámparas: despabiladeras, pinzas para sacar las mechas usadas, y bandejas, se debían hacer de oro puro, como el candelabro mismo. No se da el tamaño del candelabro, pero el historiador antiguo, Josefo, dice que tenían como metro y medio de altura, y que los brazos se extendían más de medio metro a cada lado.

En Éxodo 27:20–21, se nos dice que Aarón y sus hijos tenían que hacer arder continuamente la llama delante de Adonai, “desde la tarde hasta la mañana” y que esto iba a ser un “estatuto perpetuo de los hijos de Israel por sus generaciones”.
En las Escrituras frecuentemente se usa la luz como un símbolo de Yeshúa, la verdadera Luz del mundo, como indican Isaías 9:2 y Juan 8:12. Los creyentes en Yeshúa también deben reflejar su luz (Isaías 60:3; Mateo 5:14; Hechos 13:47). Israel, como el pueblo del pacto, debía dejar que su luz espiritual alumbrara ante todas las naciones de la tierra.

En las Escrituras se usa con frecuencia el número siete. El profeta Zacarías vio un candelabro de oro con siete lámparas como símbolo de la nación santa de Dios (Zacarías 4). En el libro de Apocalipsis, a las siete iglesias del Nuevo Testamento se les presenta en la forma de siete candelabros (Apocalipsis 1:20). La función de Israel como la luz que alumbra en el mundo de tinieblas le ha sido pasada a la iglesia de Yeshúa.

 

Las cortinas del tabernáculo (Éxodo 26:1–14)

El tabernáculo, que iba a hospedar los objetos descritos en el capítulo anterior, era sólo una residencia provisional. La palabra hebrea para “tabernáculo” también se usa para las moradas de los nómadas del desierto, es decir, de gente que se mudaba constantemente de un lugar a otro. Puesto que los israelitas estaban viajando por el desierto y se mudaban de un lugar a otro, el tabernáculo tenía que ser construido de tal manera que se pudiera desarmar, llevar en partes de un sitio a otro, y luego ser armado nuevamente. Es necesario tener esto presente al considerar las instrucciones que se dan en este capítulo.

Al considerar estas instrucciones detalladas, notamos que los estudiantes de la Biblia difícilmente se ponen de acuerdo en cuanto a varios detalles de las especificaciones exactas del tabernáculo. Cuando uno ve los modelos en cuadros o en réplicas en miniatura, no hay dos que sean iguales en todo detalle. ¿La cortina ornamental se colgaba adentro del marco o sobre la parte de afuera para que solamente se veía la parte de arriba de esta cortina? ¿El marco estaba formado por cuadrados huecos para que la cortina ornamental, si colgaba sobre la parte exterior, se pudiera ver parcialmente por lo menos a los costados? ¿O el marco estaba formado por divisiones sólidas? ¿Las cortinas exteriores se sostenían sobre un madero que terminaba la armazón del alero como para formar un pico o un tejado de dos aguas? ¿O simplemente estaban extendidas sobre el techo del marco? ¿Qué clase de diseño estaba tejido en la cortina ornamental? Estas son algunas de las preguntas que dejan perplejos a los expertos.

Sin embargo, las instrucciones fueron lo suficientemente claras para Moisés, ya que el Señor le mostró un modelo exacto en el monte. La breve descripción que vamos a hacer se basará en nuestra propia manera de entender las instrucciones que el Señor le dio a Moisés, y somos conscientes de que algunos lectores preferirían una explicación diferente.
La primera cortina que se describe en este capítulo es la ornamental. Estaba formada por diez cortinas que se habían cosido para formar una sola, cada una como de doce metros de largo y como de dos metros de ancho. Unidas, formaban una cortina que medía como 20 metros de ancho por doce metros de largo. La tela de esta cortina era un tapiz hermoso hecho de lino blanco, tejido con telas de color azul, morado y carmesí, con figuras de querubines bordadas en la tela. El blanco simboliza la santidad; el azul es el color del cielo; el morado representa la realeza; el carmesí es el color de la sangre, en la cual hay vida. Los querubines representan a las huestes celestiales de los ángeles de Dios.

Esta cortina era la primera que se debía colgar sobre el marco para formar así el tabernáculo. Nos inclinamos a creer que las tablas que formaban las paredes del marco encajaban una en otra para formar una sola pieza, de manera que solamente el techo de la cortina ornamental era visible desde el interior. Entre todos los expertos en esta materia, hay un hombre llamado Umberto Cassuto que parece hablar con la mayor autoridad en su comentario sobre el libro de Éxodo (Commentary on the Book of Exodus, página 351), y él lo explica de esta forma. Las diez cortinas que formaban esta cortina ornamental o decorativa, estaban unidas por medio de gazas, y éstas estaban unidas por corchetes de oro. La cortina de 20 metros se colgaba por detrás del tabernáculo, dejando abierta la parte frontal. Cassuto favorece la explicación de que el techo era plano y no la de un tejado de dos aguas.

Encima de esta cortina decorativa, se extendían varias otras cubiertas sobre el techo. La primera era de pelo de cabra, que era el material común para las tiendas de aquel entonces. Esta también estaba formada por la unión de varias cortinas más pequeñas, y eran unidas por corchetes de bronce, formando así una sola pieza que era muy grande y que medía un poco más de 20 metros de largo, por 15 metros de ancho. Esta cortina cubría completamente la cortina ornamental por la parte de adelante como una cortina protectora. Por fuera estaba firmemente sostenida con sogas y estacas. Encima de esta cubierta de pelo de cabra, había otras dos cubiertas por el exterior: una hecha de piel de carnero teñida de rojo y otra hecha de pieles de tejones.
Ahora sigue en este capítulo una descripción del marco de tablas sobre el que se colgaban las cortinas.

 

Las paredes del tabernáculo (Éxodo 26:15–30)

El marco se hizo de madera de acacia cubierta de oro. Cada tabla era de cinco metros de largo y como de 75 centímetros de ancho, y en la parte de abajo tenía protuberancias que encajaban en las basas de plata. Estas basas pesaban casi 45 kilos cada una, lo suficiente para asegurar el marco de una manera sólida. Veinte de esas tablas formaban cada lado, y seis tablas formaban la pared trasera, y no había ninguna en frente, pues era la entrada al lugar santo. El número de tablas nos da la información en cuanto al tamaño del tabernáculo mismo, es decir, 15 metros de largo, 5 metros de ancho y 5 metros de altura (en términos bíblicos, 30 codos, por 10 codos por 10 codos). Solamente por el tamaño y el número de tablas que se describen aquí, podemos calcular cuáles eran las dimensiones totales del tabernáculo. En total, en longitud y en anchura, el tabernáculo era la mitad del tamaño del templo que construyó Salomón. Una parte del templo tenía paredes que eran proporcionalmente más altas.

Se usaron tablas extras en las esquinas para darle más resistencia a la estructura. Cinco barras de madera de acacia cubiertas de oro podían pasar horizontalmente a cada lado y por detrás, encajando en los anillos de oro que se habían fijado a las tablas. “La manera de disponer las barras es una cuestión discutible”, dice Cassuto (Commentary on the Book of Exodus, página 358). No hemos encontrado a dos comentaristas que estén de acuerdo en si las barras se ponían adentro y por fuera del tabernáculo, y parece que ellos no saben exactamente en qué parte del marco se ponían. Nuevamente, podemos estar seguros de que Moisés sí lo sabía, porque había visto el modelo exacto del tabernáculo ya construido.

Ya que en estos versículos se hace referencia a que los lados estaban al norte y al sur, y que la parte trasera estaba en el extremo occidental del tabernáculo, sabemos que la parte abierta que estaba sin tablas quedaba en el lado oriental.
La información que tenemos transmite hermosamente el pensamiento del autor santo. Tenemos la descripción de una estructura sólida, majestuosa, y al mismo tiempo, diseñada de una manera práctica para que se pudiera llevar fácilmente de un lugar a otro. Uno tiene que maravillarse de la sabiduría de todo su concepto, que con seguridad es conforme a un plan divino y no humano.

 

El velo (Éxodo 26:31–37)

Un velo debía dividir el interior del tabernáculo en dos partes. Este velo se debía hacer de la misma tela y con el mismo diseño que la primera cortina que se describe en Éxodo 26:1, con sus hermosos colores y con las figuras de querubines bordadas en la tela. Se debía colgar en corchetes de oro, en el lugar donde cuatro columnas separaban los dos compartimientos. Estas columnas estaban colocadas a una distancia de diez metros de la entrada (20 codos). De esta manera dividía el tabernáculo en un cuarto que era un cubo perfecto (5 metros por 5 metros por 5 metros, o en términos bíblicos 10 codos por 10 codos por 10 codos) y otro cuarto que quedaba más hacia el exterior, que era rectangular (10 metros por 5 de altura y 5 de ancho, o en términos bíblicos 20 codos por 10 codos por 10 codos).

Las proporciones de estos dos cuartos no se dan en estos versículos; se tienen que calcular basándose una afirmación del versículo 33: “Pondrás el velo debajo de los corchetes …” Umberto Cassuto explica: “Puesto que debía haber cinco cortinas en frente de los corchetes (en la primera cubierta – vea Éxodo 26:1–6), y cada cortina era de cuatro codos de ancho, así se verá que detrás del velo quedaría un espacio de 10 codos por 10 codos por 10 codos de altura” (Commentary on the Book of Exodus, página 360). Otros eruditos están de acuerdo acerca del tamaño de estos dos cuartos, sin explicar cómo llegaron a esta conclusión. Las proporciones concuerdan con las del Templo de Salomón, que era dos veces más grande.

El velo interior separaba al lugar santo del lugar santísimo. El lugar santísimo contenía el arca del pacto; el lugar santo contenía la mesa del pan de la proposición al lado norte, y el candelabro en el lado del sur.
En la entrada del tabernáculo, al lado oriental, había otro velo que era de una confección menos elaborada, y que también se colgaba de corchetes de oro. Deberían ponerse cinco columnas en esta entrada.

El lugar santísimo (literalmente el “santo de los santos”) era la parte del tabernáculo en la que el sumo sacerdote entraba una vez al año en el día de la Expiación, para hacer expiación “por sí mismo, por su casa y por toda la comunidad de Israel” (Levítico 16:17). El velo que había entre el lugar santo y el lugar santísimo significaba que un hombre pecador no debía acercarse al Dios santísimo sino a través de la sangre de la expiación. Cuando Yeshúa  murió en la cruz, este velo del Templo de Jerusalén “se rasgó en dos, de arriba abajo” (Mateo 27:51). Por medio de su sacrificio expiatorio, tenemos “paz para con Dios” y “entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes” (Romanos 5:1, 2). “Él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades (la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas)” (Efesios 2:14, 15).

“Así que, hermanos, teniendo entera libertad para entrar en el Lugar santísimo por la sangre de Yeshua HaMashiaj, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne. También tenemos un gran sacerdote sobre la casa de Dios. Acerquémonos, pues, con corazón sincero, en plena certidumbre de fe” (Hebreos 10:19–22).

¡De qué manera tan hermosa describe la Biblia el significado simbólico del culto de adoración del Antiguo Testamento, y al mismo tiempo expresa las ventajas que tenemos como cristianos del Nuevo Testamento!
Las dimensiones del lugar santísimo son significativas. El número diez significa lo completo. Como un cubo perfecto (10 codos, por 10 codos, por 10 codos), el lugar santísimo es un símbolo de la Jerusalén celestial, una ciudad “establecida como un cuadrado: y su longitud es igual a su anchura” (Apocalipsis 21:16). Esta ciudad de Dios es la “tabernáculo de Dios … con los hombres” (versículo 3). En tiempos antiguos, el cubo o cuadrado también simbolizaba el mundo. Así también la iglesia de Dios se estableció en Israel para incluir a todo el mundo. Las Escrituras se complementan; el Antiguo Testamento presenta la figura o la sombra, y el Nuevo Testamento nos da el cumplimiento o el cuerpo mismo. El Señor les dice a los redimidos en mashiaj: “Os habéis acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos” (Hebreos 12:22, 23). Verdaderamente, ¡a los creyentes del Antiguo Testamento se les dio un anticipo de su hogar celestial!

El lugar santo, con su mesa y candelabro y, como veremos más tarde, también un altar de incienso, estaba restringido a los sacerdotes para que allí llevaran a cabo sus deberes. Ahí las luces del candelabro se mantenían ardiendo continuamente. Ahí el pan de la proposición se renovaba cada día de reposo. Ahí los sacerdotes quemaban el incienso cada mañana y cada tarde, como símbolo de las oraciones de los creyentes. Este lugar también estaba apartado del acceso del exterior y de ser visto desde afuera por medio de una cortina ornamental.

Cuando consideramos las estipulaciones que el Señor les dio a los creyentes del Antiguo Testamento para su vida de adoración, nos maravillamos de la manera tan misericordiosa como el Señor le mostró el camino hacia él como su propio pueblo del pacto. Al mismo tiempo, no podemos olvidar el acceso sin límites que nosotros tenemos en los tiempos del Nuevo Testamento por medio de nuestro gran Sumo Sacerdote, Yeshua el ungido, por medio de quien nos hemos podido acercar a Dios, y por quien tenemos “entrada por un mismo Espíritu al Padre” (Efesios 2:18). Como el autor de la carta a los Hebreos nos exhorta a hacer:

“Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre. Y de hacer el bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios” (Hebreos 13:15, 16).

El altar de los holocaustos (Éxodo 27:1–8)

El altar que se describe en estos versículos debía ponerse en el atrio, frente a la entrada oriental del tabernáculo. Básicamente era una construcción hueca de madera de acacia enchapada en bronce, de dos metros y medio de anchura y longitud, y de un metro y medio de altura. De cada una de las cuatro esquinas salía un cuerno.
Desde la mitad del altar y hacia arriba, había una rejilla (malla) de bronce. En las cuatro esquinas de esta malla había cuatro anillos de bronce pegados a ella. A la mitad del altar también había una saliente o reborde, que iba alrededor del altar por todos los lados.

Aquí tampoco están de acuerdo los eruditos en cuanto al significado exacto del versículo que describe este enrejado o malla de bronce. Nosotros interpretamos que esto significa que este objeto no era una parrilla que estaba dentro del altar, sobre la que se ponían los holocaustos, sino que más bien era un enrejado de bronce que se había fijado verticalmente debajo de la saliente que se extendía alrededor del altar. En otras palabras, el enrejado sostenía el cerco, y yacía sobre la tierra en cada uno de los cuatro lados. Esta construcción de malla permitía que el aire entrara por debajo y proveyera una corriente de aire para el fuego que había sobre el altar. De esa manera, la parte inferior del altar era más ancha en cada lado que la parte superior. El propósito de la saliente era para que a los sacerdotes les fuera más fácil llevar a cabo los deberes relacionados con el sacrificio en el altar.

Las varas eran especialmente para transportar el altar y se debían introducir a través de los anillos de bronce. También se mencionan varios utensilios de bronce como los calderos, las paletas, los tazones, los garfios y los braceros. El altar debía ser hueco para hacer fácil su transporte, pero se podía llenar con tierra, grava, y piedras cuando se usaba.

Desde el mero principio de la adoración, como se registra en las Escrituras, el altar juega un papel muy importante. Sabemos que Caín y Abel le llevaron ofrendas al Señor. Alguna clase de altar les debe haber servido como lugar para ofrecer sus sacrificios. Después de salir del arca, lo primero que hizo Noé fue construir un altar para poder ofrecerle holocaustos al Señor como una expresión de su adoración. Leemos que Abram: “Edificó en ese lugar un altar a Adonai, e invocó el nombre de Adonai” (Génesis 12:8). En el atrio del tabernáculo, el altar era el lugar donde se ofrecían los muchos sacrificios de animales, según lo explica el libro de Levítico: holocaustos para la adoración diaria, ofrendas por ocasiones especiales, sacrificios de acción de gracias o de paz, sacrificios de expiación y de purificación, y ofrendas por los pecados específicos que exigían una restitución (véase Levítico 1–7). Según Levítico 6:12, el fuego ardía continuamente sobre el altar; nunca se apagó mientras Israel estaba en su campamento ni cuando el tabernáculo estaba armado para la adoración.

Los cuernos del altar tenían un significado especial. Las Escrituras hablan del Señor como la roca, un escudo y “el cuerno de salvación” (Salmo 18:2; la Reina-Valera traduce ese versículo: “la fuerza de mi salvación”). Ana, la madre de Samuel, al regocijarse en el Señor cantó: “Mi poder [literalmente, ‘mi cuerno’] se exalta en Adonai” (1 Samuel 2:1). Cuando Zacarías, el padre de Juan el Bautista, alabó al Señor, dijo: “Nos levantó un poderoso Salvador [literalmente ‘un cuerno de salvación’] en la casa de David, su siervo” (Lucas 1:69). Así como ciertos animales usan el cuerno como un arma de defensa contra el enemigo, así el cuerno era un símbolo del cuidado protector del Señor. Una persona que mataba a otra por accidente podía huir y aferrarse a los cuernos del altar, y allí encontraría un lugar de protección contra la costumbre de la venganza.

Así como el altar de Israel proveyó el lugar para los sacrificios continuos, para asegurarle al pueblo la misericordia y el perdón constantes del Señor, nosotros también como cristianos del Nuevo Testamento encontramos la seguridad en nuestro Salvador Yeshúa que “nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante” (Efesios 5:2). Así como Israel demostraba su gratitud a Dios por medio de las ofrendas que llevaban al altar del Señor, así también el apóstol Pablo anima a los cristianos de Roma:

“Ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. El pecado no se enseñoreará de vosotros, pues no estáis bajo la Ley, sino bajo la gracia” (Romanos 6:13, 14).

El altar de los holocaustos le recordaba a Israel la sangre de expiación y la dedicación de las primicias, la gracia de Dios, y la respuesta del creyente a esa gracia. La cruz de Yeshúa nos recuerda el alto precio de nuestra redención por medio de la sangre de Yeshúa, y nos anima a vivir por aquel que murió por nosotros.

 

El atrio del tabernáculo (Éxodo 27:9–21)

El atrio que estaba alrededor del tabernáculo era un rectángulo que medía 50 metros de largo por 25 metros de ancho (100 codos de largo por 50 codos de ancho). Para hacer una comparación moderna, tenía la mitad de la longitud de un campo de fútbol. El atrio estaba rodeado por cortinas de lino torcido, de una altura de dos metros y medio, suspendidas de las columnas. Había veinte columnas por cada uno de los lados largos, y diez columnas por los lados cortos. Las columnas eran de bronce y se asentaban en basas de bronce. Ganchos de plata, clavos de bronce y cordones aseguraban firmemente las cortinas. La entrada al atrio estaba al lado este, donde la entrada de diez metros se cerraba con una cortina azul, púrpura y carmesí, de obra de recamador. Dios mandó a la gente proveer aceite puro de olivas de la mejor calidad para que el pueblo mantuviera las lámparas ardiendo en el tabernáculo desde la mañana hasta el anochecer.

En el atrio mismo, hacia la entrada del este, estaba el sitio para el altar del holocausto, que se describe en la primera parte de este capítulo, y también la fuente de bronce en la que los sacerdotes se lavaban antes de entrar al tabernáculo. Solamente al pueblo del pacto se le permitía entrar al atrio cuando traían sus ofrendas y sacrificios al Señor. Solamente los sacerdotes podían entrar en el lugar santo del tabernáculo. Y sólo el sumo sacerdote podía entrar en el lugar santísimo, y esto nada más una vez al año, en el gran día de la Expiación.

La siguiente es una traducción libre de una obra alemana. Es interesante porque hace una comparación entre las tres grandes épocas que están simbolizadas por el tabernáculo con su atrio:
El tabernáculo era la morada del Señor en medio de su pueblo. Los israelitas fueron los favorecidos sobre las demás naciones porque ellos, como el pueblo del pacto, tenían acceso al atrio del tabernáculo y por consiguiente estaban cerca de Dios de una manera poco común. Sin embargo, no todos los israelitas podían entrar en el tabernáculo mismo. Solamente era posible un mayor acercamiento a Dios a través de la mediación de los sacerdotes.
Aunque los sacerdotes podían entrar en el lugar santo, sólo una vez al año, el sumo sacerdote podía pasar más allá del velo y entrar al lugar santísimo. Cuando rociaba la sangre de expiación sobre el propiciatorio, representaba la reconciliación con Dios que se iba a llevar a cabo con toda perfección en el Nuevo Testamento por medio de la sangre expiatoria de Yeshúa.
Así vemos que el tabernáculo simbolizaba una división triple, con tres pasos o niveles de progresión. Primero existe el atrio, que representa la congregación del Antiguo Testamento, que todavía necesitaba un sacerdocio para que mediara entre ésta y las bendiciones del Señor. El lugar santo representa a la iglesia del Nuevo Testamento, en la que todos los cristianos son sacerdotes debido a la obra consumada por Yeshúa, y pueden acercarse al Señor directamente. Finalmente, el lugar santísimo representa a la congregación celestial que ha alcanzado un cumplimiento pleno y goza de una comunión perfecta con el Señor para siempre.

Esta es una comparación interesante. Cuando adoramos al Señor en la belleza de su santidad y recibimos la seguridad a través de Palabra y sacramento de que él mora con nosotros, nos acordamos de las palabras del autor del Apocalipsis en los últimos versículos de la Biblia: “El que da testimonio de estas cosas dice: ‘Ciertamente vengo en breve’. ¡Amén! ¡Ven, Señor Yeshúa! La gracia de nuestro Señor Yeshúa HaMashiaj sea con todos vosotros. Amén” (Apocalipsis 22:20, 21).

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